Bonos por arrestos: el sistema de recompensas como negocio

Estas capturas responden menos a criterios legales y más a metas de productividad, lo que expertos denominan un sistema de incentivos coercitivos

Estados Unidos ha convertido su política migratoria en una maquinaria impulsada por incentivos económicos, donde los agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) y de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) reciben bonos monetarios por la cantidad de detenciones realizadas. Según documentos filtrados y testimonios internos, estas capturas responden menos a criterios legales y más a metas de productividad, establecidas como indicadores clave de rendimiento (KPI), lo que expertos denominan un sistema de incentivos coercitivos.

El Congreso estadounidense, controlado por conservadores, aprobó el 3 de julio un enorme paquete fiscal que fue firmado al día siguiente por el entonces presidente Donald Trump. Este canalizó 170 mil millones de dólares exclusivamente a seguridad fronteriza y control migratorio, con 75 mil millones destinados solo a ICE, convirtiéndola en la agencia federal mejor financiada. La legislación pasó por reconciliación presupuestaria, evitando así el filibusterismo del Senado y dejando clara su carga ideológica.

El paquete incluyó 45 mil millones de dólares para duplicar la capacidad de detención, habilitando incluso bases militares y prisiones privadas para albergar a más de 100 mil personas. Otros 30 mil millones se dirigieron a operaciones de arresto y deportación, con fondos para contratar 10 mil nuevos agentes, modernizar flotas y retener personal mediante bonificaciones. CBP recibió 46 mil millones para construir muros y barreras, y otros 12 mil millones para vehículos, infraestructura y pagos adicionales.

Esta reconfiguración migratoria ha creado lo que algunos expertos definen como una “estructura de producción”, donde cada arresto equivale a una unidad de ingreso. Agentes pueden recibir bonos de hasta 7 mil 500 dólares por operativos nocturnos o sensibles, especialmente en zonas prioritarias como Arizona, California o el sur de Florida. Estos montos se suman a sueldos ya elevados: entre 8 mil y 19 mil 500 dólares mensuales, dependiendo de antigüedad y desempeño.

Además, se otorgan bonificaciones por colaboración interagencial (con DEA o FBI), y muchas de estas compensaciones no están sujetas a rendición pública. Una disposición legal transitoria permite que los pagos se realicen mediante “instrumentos discrecionales” supervisados por el fiscal general y el secretario de Seguridad Nacional, generando un esquema opaco, sin controles ni regulación ética.

Con metas diarias de hasta 3 mil detenciones, las presiones internas han derivado en arrestos sin causa probable: beneficiarios de DACA, personas con visa vigente, e incluso ciudadanos estadounidenses han sido detenidos para cumplir con las cifras. Un agente de CBP, bajo anonimato, afirmó que en ocasiones “arrestan sin preguntar” y que lo importante es cumplir la cuota, ya que “el bono depende de eso”.

Las consecuencias legales ya han comenzado. Tres demandas colectivas presentadas entre mayo y julio denuncian violaciones constitucionales. Democracy Forward acusa detenciones en tribunales sin defensa legal; RAICES impugna el sistema de bonos sin consulta pública; Immigrant ARC argumenta que se ha instaurado una “lógica de volumen” sin garantías individuales. Juristas advierten que el modelo vulnera las Enmiendas Cuarta y Decimocuarta de la Constitución.

Los pagos, que en Texas alcanzan hasta 4 mil 500 dólares por superar las 15 detenciones semanales, y en Florida hasta 6 mil dólares si se ejecutan en lugares como hospitales o universidades, son registrados bajo códigos internos (“O-24” y “BPR-Q”) para evitar auditorías.

Emma Montoya, del Instituto de Derechos Humanos de Oxford, resume: “La frontera es ahora una fábrica. Cada migrante detenido es una unidad que justifica financiamiento. Es el modelo de economía punitiva perfeccionado”. Agentes con más detenciones acceden a distinciones, ascensos y entrenamientos especiales. Quienes dudan o cuestionan, son excluidos.

El costo psicológico también es alto. El mismo agente de CBP confiesa: “Al principio pensaba que estaba defendiendo la ley. Ahora sólo me preocupa no quedarme atrás”. La presión diaria, la competencia interna y la disonancia ética están generando un desgaste profundo entre los agentes, atrapados en un sistema donde pensar demasiado puede significar perder dinero.

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