Hace más de veinte años llegó a las pantallas de cine Space Jam, una cinta protagonizada por Michael Jordan y los personajes animados de Looney Tunes donde interactúan imágenes reales con animación en 2D. Con una recepción mayormente negativa por parte de la crítica y una aceptación bastante positiva de los espectadores, Space Jam logró colocarse como una de las películas de culto favoritas de los años 90.
No es la primera vez que se menciona, parece que nuestra época está marcada por la falta de originalidad y la necesidad de recurrir a secuelas, precuelas, spin offs, etc, para generar interés en los espectadores. Es así como llegamos a la Space Jam: Una nueva era, que, si bien no es una secuela directa de su antecesor, toma la misma idea y la adapta a nuestros tiempos.
De la mano de Malcolm D. Lee (Scary Movie 5) y protagonizada por el aclamado jugador LeBrone James, nos transportamos al mundo de Warner Bros, una especie de universo digital habitado por una inteligencia artificial llamada Al-G Rhythm, que tiene a su alcance a todos los personajes y franquicias de la casa productora. Mientras en la vida real LeBron James trata de mejorar la relación con Darius, su hijo menor y fanático de los videojuegos, escucha una oferta por parte de Warner para colocarlo dentro de toda las franquicias posibles gracias al algoritmo de la inteligencia artificial de la compañía. Después de rechazar la oferta, LeBrone y su hijo entran a los servidores de Warner donde Al-G Rhythm termina por enfrentar a la estrella de la NBA con su hijo en un videojuego de baloncesto creado por Darius. LeBrone debe reclutar a su equipo, conformado por Bugs Bunny y compañía, y recuperar a su hijo para poder salir del servidor y regresar a la vida real.
Que tan atractivo suene el argumento depende más del espectador que de la cinta. El guion escrito por seis personas parece más un pizarrón de ocurrencias, chistes, ideas y bosquejos que una historia sólida, tratando de mantener un conflicto familiar y estirarlo lo más posible sin ofrecer grandes revelaciones ni vueltas de tuerca. Mientras las referencias Harry Potter, Mad Max, Batman o Game Of Thrones van cayendo en la anécdota, parece cada vez más un comercial enorme de Warner y HBO que una película de casi dos horas.
Mientras que en la precuela los villanos tienen motivos y los jugadores del equipo rival son intimidantes y feroces, la secuela nos ofrece a villanos y jugadores olvidables con un gran CGI. Las secuencias del juego y las reglas del universo que plantean no son del todo claras o lógicas, y podríamos pensar que debemos pasar de alto dichos detalles al tratarse de una producción para niños, pero dado el nivel de referencias a cultura pop, series, películas y cómics se antoja complicado que alguien menor de 18 años sienta la nostalgia que la cinta pretende provocar.
Llegados a este punto pareciera que la película es un rotundo fracaso sin pies ni cabeza que no le rinde el tributo necesario a su antecesora, pero no es así. La cinta funciona hasta cierto punto, es divertida, tiene buenos momentos de gags donde las referencias se llevan las risas por delante. El verdadero problema comienza cuando te sales de la convención que presenta la cinta y comienzas a cuestionar como espectador, y al parecer la cinta es consiente de ello, ya que cada que parece que va perdiendo la atención, retoma con alguna ocurrencia digna de los Looney Tunes.
No es mala, no es buena. Es una película palomera, un blockbuster de verano que muy seguramente recaudará millones. Tal vez igual que la primera parte de Space Jam también esté destinada a recibir una crítica poco favorable, pero la carta de la nostalgia bajo el brazo para que los espectadores entren en el mood de la cinta es la salida perfecta que esta secuela decide jugar.
Calificación: 3 estrellas de 5